Carmen Torres Ripa
La botadura de un barco guarda un ritual glamuroso. El champán sustituye al agua bautismal y el nombre del nuevo neófito del mar suele ser elegido por el armador. Quizás, en alguno de los miles artículos y reportajes que se han escrito estos días, se descubra el secreto que guardaba el Alakrana al decidir llamar así al pesquero más visto en este año. Ignorante del destino, puso un apodo con sino trágico. Los alacranes son unos escorpiones inofensivos sino se les ataca. Nacen en paz, pican cuando quieren y viven acompañados de su instinto de conservación. Dicen en los pueblos primitivos que si pica un alacrán hay que darse ajo, agua bendita y limón. Pero si a un alacrán se le acorrala...
Mis hermanos y yo, cuando éramos pequeños, vivimos felices como auténticos salvajes un verano de aquellos de cuatro meses en Portmán, un pueblito de Cartagena. No teníamos noción de peligro y el hijo de un pescador, aunque casualidad es verdad, nos enseñó una crueldad. Si rodeábamos a un alacrán con fuego se suicidaba.
Y lo hicimos.
(La infancia es la etapa más cruel del ser humano porque aún no conoce la educación. Un niño hace lo que se le ocurre por instinto, dice lo que quiere y hasta engaña.)
Con un círculo de cerillas encendidas pusimos al escorpión en medio y el infeliz al encontrarse acorralado, como un pequeño dinosaurio, fue de un lado a otro y, al ver que no había salida, se colocó en medio del círculo, levantó su cola venenosa hasta la cabeza y se clavó a sí mismo el aguijón de veneno. Al segundo murió.
Esta historia macabra y real me ha ocupado la cabeza sin permiso todos estas semana porque, queramos o no, estamos rodeando a este barco con un circulo de fuego. Los secuestradores y los secuestrados, sus familias y los gobiernos, los opinantes "deslenguados" y los "valientes prudentes" que hablan no se dan cuenta del círculo de fuego que está aprisionando el barco. No sé qué grupo de bárbaros aventureros y superhombres será capaz de lanzarse desde el cielo para rescatar sin quemarse a los tripulantes de este desdichado barco.
Mientras las opiniones circulan libremente yo, me he acordado de unos respetabilísimos amigos míos que fueron acusados de pagar impuesto revolucionario. Nadie pudo demostrar si era verdad o no, pero yo me pregunto, en todas las situaciones conflictivas que se han vivido en nuestro reciente historia con final trágico, por un supuesto principio de respetar las leyes. Miguel Ángel Blanco por ejemplo; el cambio que se pidió por su vida era acercar presos o matarlo y... Ahora quizás viviría tranquilo y rodeado de algún bebé. Pienso, como Aristóteles, que saber es acordarse.
La historia es tan cruel que necesitaríamos a diario -y colectivamente- un borrador de memoria para poder escribir cada nueva jornada en un encerado limpio.
¡Qué difícil decidir con cordura teniendo al lado un arma!
Quizás si el agua del mar fuera bendita, crecieran limoneros en una isla cercana y los ajos sirvieran para espantar a los secuestradores, es posible que hasta los vampiros pudieran ayudar a los tripulantes del Alakrana.
Lo cierto es que en el hoy y ahora que les estoy escribiendo el Alakrana no quiere suicidarse. Y los espectadores de a pie, usted y yo, no sabemos cómo evitarlo, porque Víctor Hugo decía que es cosa fácil ser bueno, lo difícil es ser justo.
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