Joxerra Bustillo Kastrexana, periodista
Un amigo me habló, una tarde de lluvia en Donostia, del uso que hacían ciertos guerrilleros americanos de los gusanos de luz para alumbrarse por la noche en los tupidos bosques de aquellas tierras. Sin otros medios disponibles, acosados por el ejército, imposibilitados de moverse por el día, por el gran peligro que entrañaba para sus vidas, preparaban una especie de farolito de luciérnagas que les servía para moverse en la oscuridad. La sabia utilización de lo que nos ofrece de forma generosa la naturaleza ha sido una constante de la especie humana...
Me ha venido estos días a la cabeza la imagen de las luciérnagas encendidas, común en mi infancia, y más complicada de contemplar en la actualidad, a cuenta de la reciente iniciativa anunciada en Altsasu por un centenar de hombres y mujeres de la izquierda independentista. A semejanza de aquellos esforzados paisanos del otro lado del Atlántico, quienes comparecieron en la ciudad navarra han presentado a la ciudadanía de Euskal Herria su farolito de luciérnagas. Concretamente son siete los coleópteros puestos en común, con la intención de alumbrar el camino en medio de la oscuridad en que vive desde hace ya demasiado tiempo este viejo pueblo europeo.
La iniciativa, que ha sido saludada por el Poder y sus entornos como "más de lo mismo", es, en efecto, más democracia, más política, más transparencia, más diálogo, más paz. Más de lo mismo que ha defendido la izquierda independentista durante tantos años. Por ese lado pocas novedades. El colectivo señalado nunca ha elegido las formas de lucha adoptadas para hacer frente a la agresión de los Estados., sino que se vio forzada en su día a tomar un determinado camino, en unas circunstancias muy específicas, que con el paso de los años se han transformado en otras, distintas y hasta contrapuestas. Es por ello que se hace necesaria una profunda reflexión sobre esos extremos, desde el convencimiento de que, con los errores lógicos a cualquier estrategia, el debate sobre la libertad nacional de Euskal Herria sigue en el calendario a fecha de 2009.
Partiendo de ese principio, que no es poco dada la cruenta lucha de estas últimas décadas, conviene destacar que la iniciativa se realiza, por vez primera, de forma unilateral. Se pone en marcha por la propia voluntad de quienes la suscriben, sin esperar que produzca repentinos milagros, pero, eso sí, confiando en que tenga la suficiente carga de energía para remover la actual posición infranqueable de los estados y propicie la deseable unidad de acción entre quienes comparten objetivos políticos similares, concretados en el reconocimiento del derecho a decidir y en la soberanía para esta nación. La unilateralidad, como es obvio, conlleva innumerables riesgos, más en un país como el nuestro, en el que el partidismo de algunas formaciones suele estar por encima de la suerte colectiva, como se comprobó en anteriores encrucijadas. Pero en el riesgo reside también la oportunidad.
Además de por su unilateralidad, el llamamiento destaca por el firme compromiso que adopta con un proceso político pacífico y democrático, literalmente sin reservas, compromiso que adquiere aún mayor solidez al hacer suyos los principios del senador George Mitchell, aplicados en su momento en el proceso irlandés. Enraizado en la propuesta de Anoeta de 2004, el documento, como algún analista ha señalado acertadamente, va más allá de aquella propuesta y supone una apuesta decidida por la resolución del conflicto como nunca antes se había explicitado negro sobre blanco desde la izquierda independentista.
Los primeros posicionamientos ante la iniciativa han ido desde la habitual receta inmovilista de los partidos del sistema y sus satélites, hasta la buena disposición de algunas formaciones políticas más cercanas. La experiencia nos dice que no son las respuestas emitidas a bote pronto las sustanciales y definitivas y que la necesaria socialización de la iniciativa puede ayudar a despejar recelos e incredulidades, algunos de ellos entendibles por el rumbo errático de anteriores procesos. No obstante, este es el momento para que todos aquellos que han estado pidiendo movimientos a la izquierda independentista estén a la altura de las circunstancias y dejen a un lado las precauciones que se colocan habitualmente de parapeto ante cualquier gesto que provenga de la izquierda abertzale. Esta tiene una enorme responsabilidad, pero el resto de agentes políticos, sindicales y sociales deben aportar. cada uno a su medida, para que las cosas se vayan encauzando de la mejor manera posible.
Permanecer a la expectativa puede ser un ejercicio de prudencia y hasta de inteligencia en una primera fase exploratoria, pero continuar eternamente en el limbo, sin bajar al terreno de juego a sudar la camiseta, supone una evidente irresponsabilidad. Por supuesto que nadie está obligado, desde la legítima discrepancia, a aplaudir enfervorizado la iniciativa de Altsasu. Ya tenemos edad para conocer un poco los entresijos internos de este país, sus aguas subterráneas y sus cloacas, que de todo eso hay. Pero quien la minusvalore, o incluso la desprecie, tal vez esté comenzando a cavar su tumba política a medio plazo.
Dicen los expertos naturalistas, como mi amigo donostiarra, que ante una presunta agresión la luz de la luciérnaga comienza a emitir de forma intermitente. Probablemente trate así de asustar al agresor o quizás sea una señal de auxilio hacia sus congéneres. La redada policial del pasado 13 de octubre supuso una agresión flagrante hacia algunas de las personas que estaban confeccionando neustro farolito de luciérnagas. Creía el Poder que, anuladas esas manos, el farolito no iba a llegar a alumbrar. Se equivocaba. Tan sólo un mes más tarde, el 14 de noviembre, comenzó a emitir luz desde Altsasu. Una luz teñida de verde, un tanto débil, que habrá que ir reforzando con las aportaciones de otros agentes implicados, incluidos los internacionales como Friendship, pero que ha empezado a alumbrar un camino que hasta ese momento permanecía dominado por las sombras.
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