domingo, 22 de noviembre de 2009

Mikel Zabalza y Jon Anza

XABIER MAKAZAGA MIEMBRO DE TORTURAREN AURKAKO TALDEA



Ahora que se cumplen 24 años de la muerte bajo torturas de Mikel Zabalza, que apareció «ahogado» en el río Bidasoa tras ser detenido por la Guardia Civil y estar 20 días desaparecido, quisiera rendirle un sentido homenaje y al mismo tiempo remarcar que lo sucedido durante aquellos 20 intensos días nos debe servir de ejemplo para redoblar esfuerzos en la denuncia por otra desaparición cuya responsabilidad apunta también claramente a los torturadores españoles, la de Jon Anza.
En efecto, la enorme presión popular que se vivió en Euskal Herria tras la desaparición de Mikel Zabalza no dejó otro remedio a las autoridades que el de hacer aparecer su cadáver, que de otro modo podemos dar por descontado hubiese desaparecido para siempre, pues según la versión oficial éste habría logrado fugarse cuando era trasladado por tres guardias civiles a reconocer un supuesto zulo de ETA que nunca apareció.
Bien poca gente se dejó engañar en Euskal Herria por aquella inverosímil versión, y años más tarde se supo que Mikel murió en el tristemente famoso cuartel de Intxaurrondo, mientras era sometido a la «bañera» por varios guardias civiles, entre los que se encontraban Enrique Dorado y Felipe Bayo, condenados más tarde, junto con su jefe Enrique Rodríguez Galindo, en el caso Lasa-Zabala.
De forma similar a lo sucedido en aquel caso, los servicios secretos conocían ya en 1985 lo verdaderamente sucedido con Zabalza, como consta en uno de los informes internos del CESID, pero tanto los Gobiernos del PSOE como los del PP han denegado siempre la incorporación de dicho documento a la causa judicial, alegando que es secreto y su desclasificación pondría en peligro la seguridad del Estado, por lo que nunca se ha llegado a juzgar el caso.
Eso sí, por fortuna, la familia de Mikel Zabalza pudo al menos recuperar su cadáver, y también pudieron recuperarlos las de Josean Lasa y Joxi Zabala, pero otros militantes independentistas que según todos los indicios sufrieron el mismo horrible final en aquella época (Pertur, Naparra, Popo) aún siguen desaparecidos.
Recientemente ha vuelto a suceder un hecho similar. El refugiado Jon Anza desapareció en el Estado francés cuando se dirigía de Baiona a Toulouse en tren, y sus familiares y amigos, tras denunciar el hecho ante la fiscalía francesa y con la absoluta seguridad de que su desaparición se debió a una acción de las fuerzas de seguridad españolas, la enmarcaron en la «guerra sucia del siglo XXI».
Casi seis meses después, el 3 de octubre, GARA informó de que, según fuentes de toda solvencia, Anza habría sido secuestrado por agentes policiales españoles, y al encontrarse gravemente enfermo falleció cuando lo sometieron a torturas para interrogarlo. Gara añadió que «estas fuentes aseguran que decidieron entonces deshacerse del cuerpo sin vida, enterrándolo en territorio francés». Muy significativamente, mientras la fiscal francesa que lleva el caso reaccionó de inmediato ante dichas revelaciones, tanto autoridades como grandes medios de comunicación españoles guardaron el más absoluto mutismo al respecto.
Mikel Zabalza también tenía problemas de salud cuando lo detuvo la Guardia Civil (había sido operado varias semanas antes), y no cabe duda que dichos problemas tuvieron mucho que ver con su muerte al ser sometido a la «bañera». De no ser por ello, seguramente habría sobrevivido como otros miles de víctimas de los torturadores, y también es muy probable que el destino de Jon Anza no hubiese sido su actual desaparición de no ser por su muy deteriorada salud, pues no parece que la intención inicial de sus captores fuese hacerle desaparecer, como a Lasa y Zabala, Pertur, Naparra o Popo. «Se les fue», como en su día Mikel Zabalza, y mucho me temo que su cadáver no aparecerá jamás a no ser que les obliguemos a ello, como en el caso de Mikel.
Hay que recordar que, siendo ministro del Interior del Gobierno de José María Aznar, Jaime Mayor Oreja manifestó que «ETA mata, pero no miente». El Estado español, en cambio, no sólo mata sino que sobre todo miente a espuertas; muy especialmente en lo que se refiere a la tortura y la guerra sucia, que han estado siempre íntimamente ligadas. Así, mientras una de las partes del conflicto ha reconocido siempre su responsabilidad, la otra ha blandido el negacionismo como bandera, y seguirá sin duda blandiéndolo si no se articulan medios eficaces para impedirlo.
Por eso es tan urgente desenmascarar ese negacionismo hipócrita y obligarles a destapar las cloacas del Estado reconociendo lo sucedido con esas miles de víctimas de la guerra sucia y la tortura que siguen sin ser reconocidas como tales. ¡Queremos la verdad y la queremos ya!

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