sábado, 22 de mayo de 2010

Reflexiones sobre el buen tiempo, el socialismo y la hidalguía universal


Patxi Igandekoa


Vienen días hermosos, aunque no para todo el mundo. Mañanitas frescas, mediodías soleados, tardes serenas... Tal y como está el panorama se requiere una gran presencia de ánimo para disfrutar del buen tiempo. Con cinco millones de parados, recortes de sueldo, subida de impuestos a la vista y paralización inminente de todas las inversiones clave de eso que llaman "estado del bienestar" no resulta fácil consolarse con tan aleatorio y gratuito remedio como una climatología favorable.

El amanecer es de cuadro, pero el caballo está dando sus últimos estertores tendido sobre el pedregal con todas las patas rotas. Mas ¿para qué tomarnos la molestia de hablar de la tribulación y el caos organizativo del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero? De eso se encargan los buitres que todos los días, desde muy temprano, remontan el vuelo desde sus atalayas de Onda Cero y la COPE.

Del tremendo fracaso del gobierno español a la hora de gestionar la crisis actual se pueden extraer numerosas lecciones. Solamente nos fijaremos en dos de ellas. En primer lugar la situación a la que ha conducido el exceso de soberbia que desde hace años vicia la vida política del país. No me refiero a la soberbia intelectual de las derechas, que se expresa en alegatos bien escritos y mejor pagados por instituciones neoliberales como FAES, o en ademanes pueriles de superioridad como el de Federico Trillo cuando arrojaba monedas de euro a la cara de los periodistas.

Esta altivez es de una clase distinta. Se trata de un sentimiento de superioridad ilusorio y de una candidez proverbial, y por ello mismo fatal en sus consecuencias, como harto están teniendo ocasión de comprobar los españoles en general y en particular los vascos con sus flamantes gobiernos socialistas: hablamos de la soberbia del que asume sin fisuras que el partido al que sostiene en el poder tiene siempre razón y por lo tanto el derecho de hacer cuanto sea necesario para mantenerse en el poder y transformar países enteros con el fin de adaptarlos a un difuso proyecto de progreso diseñado por oscuros intelectuales con barba y levita que llevan tres cuartos de siglo criando malvas, y que nadie sabe si servirá para el siglo XXI. Pero no importa porque lo han dicho los nuestros, asi lo quieren los nuestros y no hay más que hablar del asunto.

La soberbia del que siente que en determinadas circunstancias el destino de una nación puede estar unido al destino de unos dirigentes determinados -que no por casualidad son los de tu partido-. La soberbia del que ha dejado de buscar verdades porque ni siquiera cree que existan. La de aquel que profesa un pragmatismo absoluto en el que las cosas no significan lo que significan ni valen lo que valen más que en el contexto de la brega por unos objetivos políticos y de poder. Para él, bienes intelectuales como ética, sentido de la responsabilidad de los propios actos, veracidad histórica, etc., carecen de sentido en sí mismos. Cuando los sacas en la conversación ni siquiera sabe de qué estás hablando. Lo único que cuenta es si servirán para alcanzar una finalidad política determinada. Eso es verdad de Dios. Lo demás, una pérdida de tiempo.

Cuando desde un gobierno central como el de Zapatero o el autonómico de López se miente, se tergiversa, se vacila, se finge y se mixtifica tanto, y se ofrecen esos espectáculos de descoordinación, esos desmentidos, esos alardes dramáticos, esos volantazos en la gestión y ese espectáculo de confusión permanente entre el poder y la autoridad, no es por falta de escrúpulos ni de inteligencia. Los socialistas son coherentes con su filosofía política. O mejor dicho con su ausencia de ella. Eso no quiere decir que carezcan de principios. Efectivamente los tienen, pero son tan simples que a muchos de nosotros, habituados a las cosas complejas, nos resultan difíciles de entender.

La soberbia, en fin, del que, sosteniendo en la vida pública una visión de igualdad y democracia absolutas, desvergonzadamente saca partido del hecho de que las condiciones no son iguales para todos. Que los tuyos están facultados para utilizar no solamente los recursos económicos del estado, sino también sus resortes administrativos (léase Ministerio Fiscal, judicatura, aparatos de escucha de la policía e incluso a la propia policía) para el logro de fines políticos particulares de su partido, consistentes en mantenerse en el poder por encima de todas las disquisiciones ideológicas y de todos los programas electorales. ¿Y el interés público, dónde queda? ¡Hombre, no me fastidie! Cada cual cuidará de sí mismo. Siempre fue asi.

A la vista de una izquierda que -al menos de boquilla- persigue objetivos como el estado del bienestar, la justicia social, el pleno empleo y la eliminación de desigualdades económicas, y logra los resultados justamente contrarios que estamos viendo en la actualidad, podría pensarse que la quiebra del socialismo está próxima. Siendo realistas pongámoslo en duda: esa soberbia de la que antes hablaba, tan similar a la mentalidad gregaria de los hinchas de un equipo de fútbol, se encuentra tan enquistada entre los votantes que aun le puede dar algunos años de vida al partido de los cien años de honradez. Sé que les costará creerlo, pero en la internet socialista hay bloggers que aun siendo funcionarios del estado se manifiestan a favor del tijeretazo.
En cuanto a la segunda lección, ahí sí que vamos a tener algo más de suerte, porque estamos a punto de presenciar la quiebra de ese ideal pernicioso según el cual todo el mundo sirve para gobernar, lo mismo un catedrático de derecho que un comepán. Esta idea populachera y necia la propuso Bill Clinton, paradójicamente uno de los mandatarios más capacitados de toda la historia de Estados Unidos. Se trataba de una paradoja aparente, porque este principio de hidalguía universal no era más que un latiguillo propagandístico dirigido a sectores social y económicamente poco favorecidos del electorado demócrata.

Los socialistas españoles, con su inveterada falta de aptitud para el pensamiento abstracto, lo debieron interpretar en términos literales, porque de pocos años a esta parte estamos viendo no solo las altas instancias del gobierno, sino gran parte de la administración central y autonómica, ministerios, secretarías de estado, empresas públicas y demás, dirigidas por hombres y mujeres que, para ser benévolos y no excedernos en la exhibición morbosa de historiales académicos ni en el uso de epítetos políticamente incorrectos, simplemente diremos que no deberían estar donde están.

Ciudadano, fastídiate. Más no se te puede dar en los tiempos que corren. Tendrás que consolarte con el buen tiempo y enseñanzas filosóficas. Si lees a Maquiavelo o a algún tratadista político francés del siglo XVI te darás cuenta de que no es mucho lo que ha cambiado, pese a lo que digan Clíntones, Obamas, Zapateros y Lópeces. ¿Remontar la crisis? ¿Resolver los problemas de la ciudadanía? ¿Llevarnos a ese futuro dorado de emprendedores, gobierno digital, empresitas de biotecnología y diseño web domiciliadas en barrios periféricos y ordenadores portátiles encima de los pupitres? ¡Ja! La única realidad es que quienes nacieron para siervos no son capaces de mandar ni aunque estén sentados en el trono.

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